El Santuario de noche después de la lluvia
Acrílica sobre tela
30 x 40 centímetros.
[Colección: José Alfredo Saldaña Tiscareño]
Buscamos lo
eterno en el aborregado arco del cielo para encontrarnos en el recodo donde
ondula el idealizado río bullicioso de encanecimiento prematuro; la esperanza
fútil disfrazaba el empeño oculto en la cueva fantástica del alborotador
chaneque; junto a la imposibilidad, escaldó el roce de una mano para coartar el
denuedo.
Angelitos testimoniales sur y norte en el exterior y al fondo de las laterales del Santuario.
Hubo días buenos, beatíficamente luminosos,
frases consumadas entre aromas aspirados, sueños bienaventurados con finalidad
de compartirlos y una espantosa tortura en las horas de no vernos.
Esquinero y cartucho en portada exterior.
Latencia vibrante en la mirada sin remiendo ni
temporalidad, anhelo de ser más en el otro y los dos los mismos al mismo
tiempo; referencia con siete clavos en los cuerpos infinitos, una tonada ajena
adoptada con naturalidad.
Quedan por responsos los amasijos de noches
templadas y un mediodía glacial junto a una retahíla de torpezas; las frases
enturbiadas con fingimientos por corazas fueron un saber llegado a destiempo
con la edad.
Un segundo tras un minuto más, días encadenados a
otros semejantes y en ello cursamos temporadas buenas —las menos— para
compensar las malas mezcladas con penurias y desasosiegos.
[Colección: Jorge E. Ramírez Mejía]
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