Macetón y arcada semimudejar en patio jerezano.
Llegó a
destiempo y a destiempo partió. Vino de lejos con una guitarra afinada en tono ajeno, traía en
el morral ajado el cansancio por una labor lejana, un habla en dos palabras y
un lucero punzante en la frente; hablaba de un mar lejano, de una barca, de un
nubarrón peregrino y de un viento fuerte —su amigo— para purificarle el
aliento.
A destiempo partió, dejó una
hortensia florecida y a una alondra sin alimento en la ventana, descordada la
guitarra, un libro a medias leído en donde cimentó otro futuro y una duda
permanente a medias afirmación. Para viajar ligero abandonó una promesa con voz
de tormenta distante cuando la brisa silenciosa le escaldó los labios prietos y
le frunció el rostro arrugado.
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